Introducción
En América Latina, la escuela ha sido una de las instituciones más eficaces, gracias a ella hoy la población de nuestros países tiene acceso a la cultura letrada. Sin embargo, hemos llegado a un techo. El desafío que queda es superar la exclusión.
A pesar de los indudables buenos propósitos, las nuevas prácticas no han implicado cambios en el curriculum o en la propuesta de enseñanza, ya que lo más común es que sean los estudiantes quienes deban adaptarse a las normas, estilos, rutinas y prácticas del sistema educativo clásico, en lugar de que éstos cambien atendiendo a las diferentes necesidades de los estudiantes. No es extraño que las tasas de abandono de los alumnos de ciertos sectores se incrementen cuando se integran en escuelas que no han llevado a cabo un cambio curricular y pedagógico serio y comprehensivo. La escuela tiene la obligación de responder a las expectativas y necesidades de todos los niños y jóvenes teniendo en cuenta que la integración sólo será posible si se proveen oportunidades de aprendizaje efectivas.
Durante su exilio en Chile, el autor Paulo Freire (1970) escribe el libro “Pedagogía del Oprimido”, lo que no es meramente una nueva pedagogía, sino un plan para la liberación auténtica del hombre, sea opresor u oprimido. En este libro Freire critica el sistema tradicional de la educación, lo que él llama “la educación bancaria” y presenta una nueva pedagogía donde los educadores y los educandos trabajan juntos para desarrollar una visión crítica del mundo en que viven, para promover la inclusión del hombre a una sociedad del conocimiento.
Paulo Freire se ocupó de los hombres y mujeres “no letrados”, de aquellos llamados “los desarrapados del mundo”, de aquellos que no podían construirse un mundo de signos escritos y abrirse otros mundos, entre ellos, el mundo del conocimiento (sistematizado) y el mundo de la conciencia (crítica). Porque para Freire el conocimiento no se transmite, se está construyendo, es decir, el acto educativo no consiste en una transmisión de conocimientos, es el goce de la construcción de un mundo común.
Por lo tanto, es necesario superar la idea de inclusión como incorporación al sistema educativo y reemplazarla por inclusión al conocimiento. Hoy educación de calidad quiere decir educación que permita a todos la inclusión en el conocimiento válido. La educación mantendrá su capacidad histórica de contrarrestar las tendencias hacia la inequidad, acentuadas como consecuencia del nuevo capitalismo globalizado, a condición de que sea capaz de distribuir el tipo de educación y las competencias de conocimiento correspondientes a las necesidades de la sociedad de la información y del conocimiento.
Paulo Freire (1970) establece que la escuela como institución, y los nuevos entornos de aprendizaje que están surgiendo, tienen la posibilidad de dar más integración en un mundo de desiguales si es que se parte de una nueva visión. El conocimiento válido para la modernidad no es el conocimiento válido para la sociedad del conocimiento. Los sistemas escolares se organizaron para diseminar en la sociedad el modelo de conocimiento racional del Iluminismo, y tuvieron éxito en ello. Pero ese modelo está también agotado, fuera de uso en el mundo actual que genera conocimiento como parte del avance social.
En México la educación presenta graves deficiencias en cuanto a cantidad, porque es un sistema que excluye, y con importantes problemas de calidad, porque no se alcanzan con suficiencia los propósitos inmediatos, es decir, no se están produciendo los aprendizajes necesarios para cada uno, ni convenientes para todos. Las generaciones mexicanas llegan heridas, diezmadas en número, a las oportunidades de la educación básica, y los niños que cruzan esa primera barrera tienen para enfrentar la tarea y aprovechar las oportunidades con inadecuados apoyos en cuanto a recursos exteriores y sobre todo insuficientes capacidades para seguir aprendiendo por sí mismos.
La calidad, no es simplemente un atributo deseable de la educación, sino un rasgo imprescindible, indivisible a la consideración de la educación como un derecho. El derecho a la educación no se reduce al derecho al acceso, sino que incluye el derecho a la permanencia, al tránsito regular y a los resultados equivalentes.
El acceso es un primer paso en el derecho a la educación, pero su pleno ejercicio exige que ésta sea de calidad, promoviendo el pleno desarrollo de las múltiples potencialidades de cada persona, con aprendizajes socialmente relevantes y experiencias educativas pertinentes a las necesidades y características de los individuos y de los contextos en los que se desenvuelven.
El derecho a la educación es el derecho a aprender a lo largo de la vida. Estar contra la pared, por los déficits de cantidad y calidad, es una violación sistemática del derecho a la educación. Y en México no hay una reacción suficientemente vigorosa de parte de los ciudadanos por la baja calidad y limitado alcance de la educación: estamos tan mal educados que no captamos lo importante y urgente que es sacudirnos cuanto antes de estas limitaciones; estamos tan mal educados que no sabemos lo importante que es la educación.
Desarrollo
Hoy se requiere un pensamiento complejo y sistémico que permita resolver problemas y enfrentar la incertidumbre. Por esto, el foco de atención del ensayo desarrollado es la transformación de los sistemas educativos y de las escuelas para que sean capaces de atender la diversidad de necesidades de aprendizaje del alumnado y, a partir de ellas, lograr su inclusión en el conocimiento.
Paulo Freire (1970) establece la pedagogía del oprimido, como pedagogía humanista y liberadora constituida en dos momentos distintos aunque interrelacionados. El primero, en el cual los oprimidos van desvelando el mundo de la opresión y se van comprometiendo, en la praxis, con su transformación, y, el segundo, en que, una vez transformada la realidad opresora, esta pedagogía deja de ser del oprimido y pasa a ser la pedagogía de los hombres en proceso de permanente liberación.
Con base en lo anterior, es evidente que el hombre es un “ser inconcluso”, y que la deshumanización existente en el mundo “es distorsión de la vocación de SER MÁS”. Esta distorsión conduce a los oprimidos a “luchar contra quien los minimizó”. Su lucha sólo tiene sentido cuando los oprimidos no se transforman en opresores de sus opresores, “sino en restauradores de la humanidad de ambos”. Esta restauración solamente puede venir de los oprimidos porque son ellos los que entienden la necesidad de la liberación.
Por tal motivo, la necesidad de educar para la vida demanda múltiples competencias a los maestros, de modo que éstos sean agentes de cambio que contribuyan a elevar los aprendizajes en los niños, en dotarles de herramientas para el pensamiento complejo y para un desarrollo humano pleno e integral, así como competencias cívicas y sociales que contribuyan a que todas las personas gocen de iguales derechos, libertades y oportunidades, así como elevar el bienestar general.
En el enfoque de competencias para la vida que incorpora la Reforma Integral de la Educación Básica 2009 (RIEB), se busca un desarrollo pleno e integral de los niños y jóvenes hacia la generación de competencias y capacidades para la vida personal, pública y laboral, tales como los aprendizajes que les brinden capacidades necesarias para tener acceso a las oportunidades, el bienestar, la libertad, la felicidad, y el ejercicio de los derechos.
Está muy claro, la educación incluyente o es de calidad, o sencillamente no es. La verdadera inclusión es que aprendan todos, que aprendan lo suficiente, que aprendan lo que necesitan para la vida social del presente y puedan seguir aprendiendo toda la vida: que se cumpla, pues, en cada una, en cada uno, su derecho a una educación de calidad.
En este sentido, Freire reconoce que la liberación de la opresión no vendrá fácilmente. “La liberación es un parto doloroso”, nos dice, que el oprimido tiene que liberarse psicológicamente para no convertirse en opresor, pero el hombre nuevo que nace de este parto será capaz de superar la dinámica opresor-oprimido y crear una sociedad donde el bienestar de su gente no está basado en la explotación de algunos hombres por otros.
Entonces, nosotros como profesores y profesoras de educación básica debemos educar con equidad para contribuir en cerrar las brechas en las desigualdades sociales, para evitar la exclusión de las personas y favorecer sus derechos y oportunidades. Así también, nuestra intervención permitirá consolidar una cultura cívico-democrática, en desarrollar formas de vida más coincidentes con el respeto y el cuidado de los derechos propios y de los demás, así como de promoción y cuidado de la salud y una mejor relación entre el ser humano, el medio ambiente y la vida.
Por otro lado, todo el tiempo suceden avances en las ciencias, las humanidades, la pedagogía y la tecnología que requieren habilidades de cada uno de nosotros para el aprendizaje y la actualización disciplinaria permanente, de modo que podamos generar los mejores ambientes y situaciones de aprendizaje para los niños.
Este tipo de retos propios de las sociedades democráticas del conocimiento implican innovar, pero también reconocer el importante capital de transformación que la práctica docente tiene en nuestras manos y revalorizar la importancia de la profesión para lograr en los niños los aprendizajes ineludibles para su desarrollo pleno e integral.
Freire propone que el acto de solidarizarse con los oprimidos es necesario para construir el camino hacia el hombre nuevo. Pero este camino no puede resultar de acciones paternalistas hacia los oprimidos, pues terminaría “manteniéndolos atados a la misma posición de dependencia”, la relación entre la solidaridad y la liberación, implica que los oprimidos tienen que ser agentes activos en el proceso de liberarse, el problema no radica solamente en explicar a las masas sino en dialogar con ellas sobre su acción. Ninguna pedagogía realmente liberadora puede mantenerse distante de los oprimidos”.
En este contexto, los retos actuales de la docencia se vuelven más complejos debido a la multiplicidad de competencias para la formación humana y pedagógica de los niños que debe desarrollar el maestro en su desempeño docente.
La primera competencia desde mi perspectiva es que el maestro domine los contenidos de enseñanza del currículo y que sepa desarrollar capacidades intelectuales y de pensamiento abstracto y complejo en los niños, es decir, se espera que despertemos la curiosidad intelectual de los niños, fomentando en ellos el gusto, el hábito por el conocimiento, el aprendizaje permanente y autónomo (aprender a aprender), poniendo en práctica recursos y técnicas didácticas innovadoras, cercanas a los enfoques pedagógicos contemporáneos y motivadoras del aprendizaje (ambientes de aprendizaje), utilizando las tecnologías de la información y la comunicación (TICs).
Una siguiente competencia, igualmente importante, es contar con las habilidades, valores, actitudes y capacidades para la formación humana de los sujetos, que serán los ciudadanos de las siguientes generaciones, desarrollando en ellos competencias cívicas y éticas para un adecuado crecimiento socio-emocional y para favorecer la convivencia, que permitan consolidar valores democráticos de respeto por los derechos humanos y las libertades, la tolerancia, el aprecio y el respeto por la pluralidad y la diversidad, así como formas de convivencia no marcadas por la violencia.
Al mismo tiempo y en el contexto de la gran diversidad cultural y lingüística del país, como parte de nuestras competencias docentes, se encuentra la atención de manera adecuada a la diversidad cultural y lingüística, estilos de aprendizaje y puntos de partida de los estudiantes, así como relaciones tutoras que valoran la individualidad, la autonomía y potencializan el aprendizaje significativo.
Por último, la profesión docente exige como competencias el trabajo colaborativo y la creación de redes académicas en la docencia, para el desarrollo de proyectos de innovación e investigación educativa, de manera que existan espacios para reflexionar permanentemente sobre nuestra práctica docente en individual y en colectivo y organizar nuestra formación continua, involucrándonos en procesos de desarrollo personal y autoformación profesional, así como en colectivos docentes de manera permanente, vinculando a ésta los desafíos que cotidianamente ofrece la práctica educativa.
Los ambientes educativos han adquirido por ello mucha importancia al ser el escenario donde se pueden favorecer condiciones de aprendizaje, así como el desarrollo de competencias y capacidades, relaciones participativas y democráticas al interior de la comunidad educativa y la creación de ambientes lúdicos que promuevan y faciliten el gusto por el aprendizaje
El aprendizaje tal y como se entiende actualmente comprende capacidades y competencias de alto nivel de complejidad, especialmente en los estándares de lectura, matemáticas, ciencias y formación cívica y ética. En el enfoque para favorecer el desarrollo de competencias, se trata de desarrollar en los niños una serie de capacidades para la resolución de problemas relacionados con su vida y su contexto personal.
Por ello, como señala la UNESCO, las formas de enseñanza deban ser actualmente equivalentes a una cultura de la innovación que propicie rápidamente la difusión de los nuevos conocimientos y paradigmas que van produciendo las sociedades (2005, p. 63).
Se ha comprobado que de nada sirve realizar innovaciones de los materiales de enseñanza si no cambian las acciones y prácticas educativas rígidas y verticales. De ahí que para algunos autores el papel transformador del aula está en manos del maestro, de la toma de decisiones, la apertura y coherencia entre su discurso democrático y sus costumbres, hábitos y actuaciones, así como de la problematización y reflexión crítica que él realice de su práctica y de su lugar frente a los otros, en tanto representante de la cultura y de la norma (Duarte, 2003: p. 8; Perrenoud, 2007: 183-210).
Maestro, la escuela no está condenada a ser el espejo del entorno, sino el proyecto de su transformación, es necesario que nuestro trabajo en el aula se favorezcan ambientes que posibiliten la comunicación, el diálogo y la deliberación, que se formen en prácticas de respeto, tolerancia y aprecio por la pluralidad y la diferencia, la autonomía, el ejercicio de los derechos y las libertades, aprendiendo a comportarse en beneficio de los derechos humanos propios y demás.
Los niños aprenden más por las conductas que observan que por los discursos escuchados. De ahí la importancia de que se observe una congruencia entre los contenidos que se enseñan en el currículo y los materiales, y los ambientes de aprendizaje creados en el aula. En ello las actitudes del docente serán fundamentales para generar los nuevos patrones de conducta y convivencia social.
Los ambientes violentos y discriminatorios no son ambientes de aprendizaje adecuados para los niños, ni tampoco sitios en los que se les esté formando para una convivencia o valores cívicos y éticos sólidos y sanos. Freire enfatiza que esta lucha no tiene sentido si es solamente para cambiar de lugar con los opresores: “lo importante es que la lucha de los oprimidos se haga para superar la contradicción en que se encuentran; que esta superación sea el surgimiento del hombre nuevo, no ya opresor, no ya oprimido sino hombre liberándose”. El aula es uno de los principales espacios en los que debe permitirse la expresión libre de las ideas, intereses, necesidades y estados de ánimo de todos.
No debemos olvidar que la dinámica opresor/oprimido empieza en el hogar y se prolonga en las escuelas resultando en la producción de jóvenes que saben muy bien adaptarse a la sociedad en que viven, pero sin el pensamiento crítico necesario para transformarla. El miedo a la libertad que tienen ellos por ser meros depositarios de información, con una visión limitada del mundo en que viven, los llevan a racionalizar este miedo. En la pedagogía de Freire, una de las tareas de los investigadores es permitir a los oprimidos enfrentar estos miedos y racionalizaciones. En contraste con visiones de la docencia tradicionales que buscaban una cierta homogeneización y normalización de comportamientos, ahora se trata de respetar y apreciar la diversidad considerándola con toda seriedad para evitar la exclusión en el aprendizaje de muchos niños y niñas.
En el marco del enfoque por competencias que se desarrolla en la actualidad en educación primaria, implican que las situaciones de aprendizaje deberán ser interesantes para los niños y, sobretodo, que tengan sentido en relación con su vida real, sus preocupaciones y sus experiencias, de manera que puedan contribuir a un aprendizaje más significativo.
Para crear ambientes de aprendizaje es esencial generar ambientes lúdicos que estimulen la curiosidad, la imaginación y la creatividad de los alumnos, cuestiones necesarias para producir nuevos aprendizajes.
Es importante comprender que los ambientes educativos parten de una relación entre la curiosidad, el juego, el pensamiento y el lenguaje, tomando el juego como una parte vital y placentera de la tarea de introducirse en los aprendizajes. El juego es por ello uno de los principales mecanismos que permiten desarrollar la creatividad al promover la creación de aprendizajes y desarrollo del pensamiento.
Por esta razón se enfatiza en que la educación no debe ser excluyente ni discriminatoria, sino incluyente que ayude a formar a los niños para que éstos reconozcan, gocen y aprecien la igualdad de ciudadanía y de derechos y oportunidades, independientemente de su género, etnia, condición social, discapacidad, edad, preferencia sexual, lengua o cultura.
En este sentido, tiene particular importancia la atención a la diversidad en las necesidades y modos de aprendizaje. Uno de los elementos centrales de la pedagogía es atender a la diversidad de los aprendizajes de los niños para generar ambientes inclusivos. Los aprendizajes son diferentes en lo niños de acuerdo con su edad, madurez o capital social a su disposición.
Con el fin de generar condiciones para la inclusión, considero que como docentes debemos organizar y animar situaciones de aprendizaje que gestionen la progresión de los mismos, atendiendo a la diversidad de aprendizajes que suceden en una misma aula y haciendo una evaluación formativa de los mismos.
Conclusión
La literatura especializada en todo el mundo coincide en señalar que el principal factor específico para alcanzar una educación de calidad es el aporte de los maestros. La mayoría de los sistemas del más alto desempeño hacen todo esfuerzo necesario para atraer a las mejores mentes a la profesión docente, con la conciencia de que tomar malas decisiones en la selección puede resultar en cuarenta años de enseñanza deficiente.
Entonces desarrollan a estos maestros para que sean docentes efectivos, y ponen a disposición incentivos y sistemas diferenciados de apoyo para asegurar que cada niño esté en condiciones de beneficiarse con una enseñanza adecuada. También saben que los estudiantes ordinarios tienen talentos extraordinarios, y por lo tanto establecen puentes entre las formas prescritas de enseñanza, curriculum y evaluación para dirigirlas a una intervención centrada en que cada estudiante pueda alcanzar su potencial.
Por lo tanto, más que “enseñanza” o “instrucción” en el sentido tradicional, lo que nosotros debemos lograr es una conducción del aprendizaje que lleve a grupos generacionales enteros a contar con oportunidades vitales muy superiores a las de sus padres, y a no restringirse a lo que ofrece su círculo y ambiente inmediatos. Si queremos cambiar el estado de la educación en México, debemos asumiros como efectivos facilitadores del aprendizaje y para ello se requiere dominar los campos de conocimiento que les corresponden, aplicar las mejores prácticas pedagógicas en el aula, emplear los recursos didácticos más adecuados y aprovechar las oportunidades del entorno; personas que sepan integrar y conducir a sus grupos; puedan mitigar las carencias, prevenir los rezagos y potenciar los talentos de sus alumnos; que estén inscritos en una dinámica de crecimiento profesional y personal constante.
Hay que quitarnos la venda de los ojos y reconocer que en México estudiar no conlleva a que te vaya mejor en la vida, muchas cosas están mal en el Sistema Educativo, la escuela no está funcionando y de eso nadie habla… de la urgencia de una educación de calidad que solo se queda en el discurso de la política educativa que dista mucho de la realidad. Pero, a pesar de las deficiencias de la educación pública la mayor parte de los padres de familia cree que la educación de nuestros hijos es buena y no se dan cuenta que van a la escuela pero no aprende en ella. Podremos culpar al gobierno, al sindicato, a cada docente o al contexto social y tendremos razón, pero si nos sentamos esperando que alguien haga algo estaremos desperdiciando la vida nuestros hijos y su destino no aplica examen extraordinario.
Es necesario romper el paradigma que asocia a la escuela pública con maestros de preparación deficiente y condiciones laborales distorsionadas, sin estrategias para conducirlos al alcance de competencias sólidas, docentes habituados a prácticas educativas rutinarias, autoritarias y poco significativas; profesores sin elementos para abordar procesos grupales serenos y con pocas posibilidad de atender adecuadamente los ritmos de cada uno; educadores enfrascados en una sobrecarga administrativa, con bajo aprecio social y una identidad colectiva confusa, ligada a una representación gremial de muy deteriorado prestigio.
Es evidente que sin maestros en el nivel adecuado de desempeño, sirve de muy poco contar con mejores programas, textos o aulas: todos esos componentes suman en favor del alumno básicamente gracias a la mediación del maestro. Sin buenos maestros, no hay calidad educativa. No sólo tenemos que evitar poner a los alumnos contra la pared; también tenemos que hacerlo con los maestros. Sin una revolución en la calidad de la docencia, la transformación educativa tendrá resultados magros e inestables.
Los grupos sociales y las autoridades políticas tienen que reconocer con honestidad que éste es un punto que no se puede obviar, rodear o posponer. En mi opinión, el modelo magisterial actual ofrece ya poco margen para seguir siendo viable; necesitamos una gran refundación que conjunte orgánicamente la formación inicial de calidad y selección exigente para incorporarse al servicio; la evaluación periódica, obligatoria y universal con la formación continua, la profesionalización plena y una perspectiva de vida y carrera del docente mexicano más digna y atractiva.
Ningún cambio en la calidad de la educación mexicana puede hacerse sin los maestros o contra ellos, pero tampoco ningún cambio significativo puede dejar sin modificar profundamente las reglas de juego vigentes, que se establecieron para un modelo de estado autoritario, corporativo y opaco. El magisterio nunca más puede ser una carrera olvidada, sino una opción vocacional completa, de un profesional del aprendizaje que se sabe agente del cambio social más trascendente. Lo que es claro es que las mejores políticas y prácticas darán resultado solamente si son implementadas efectivamente en la línea del frente del aula, partiendo de la base que la calidad de un sistema educativo no puede ser mayor que la calidad de sus maestros y del trabajo que realizan.
La escuela es nuestra y la educación es responsabilidad de toda la sociedad. Si cada maestro demostrara tener altas expectativas, un sentido compartido de propósito y una creencia colectiva, les aseguro que nuestro compromiso profesional y ético generaría una diferencia a favor de la educación de cada niño y por ende la revolución del pensamiento en el Sistema Educativo Mexicano.
Bibliografía
Duarte, Jakeline (2003): “Ambientes de aprendizaje: una aproximación conceptual”, en Revista Iberoamericana de Educación.
Freire, Paulo (1970) “Capítulo I y II” en La Pedagogía del Oprimido, México, Siglo XXI, pp. 31-95
UNESCO (2005): Informe mundial Hacia las sociedades del conocimiento
Perrenoud, Philippe (2007): Desarrollar la práctica reflexiva en el oficio de enseñar. México, Grao.